Domingo 3 de Julio. La tarde cae sobre una cadena serrana en el valle de Catamarca. Allí se había disputado una carrera correspondiente al Nacional de Motocross. Era la hora de ir bajando el telón. Lo que había sucedido en pista ya era para de la estadística. Faltaba el podio. Esa ceremonia de premiación que algunos miran desde abajo y otros con mejor perspectiva. Para el KTM Racing Team, la tierra del «poncho» abrigó éxito. Tres de sus cuatro pilotos iban a estar en esos cajones dónde se festeja. Uno bien arriba.
El silencio vuelve a recuperar sus espacios y las máquinas se despiden de la naturaleza para callar por algunos días. El micro o colectivo de esta escudería revisa que todo esté en orden y dispone las coordenadas del lugar de destino. Pero no pasarán más de 80 kilómetros para que, en las cercanías de Recreo, un problema mecánico los prive de continuar.
¿Diagnóstico? Problemas en la caja secuencial automática. Algunos ocasionales pasantes por el ACA de esa localidad del NOA se ponen a disposición, otros ayudan de modo directo, como el camionero que se dirigía a la ciudad santafesina de San Lorenzo. Tiempo al tiempo. El inconveniente se subsanó, pero no pasarían más de 30 kilómetros para que otra vez el micro como «animal empacado» volviera a detenerse.
Ésta vez en el medio de la nada. La madrugada se adueñaba de la situación y el viento junto al frío se hicieron cómplices. Hasta que el poncho de los pobres, el sol, volvió a ganar su eterna pelea contra la oscuridad. La claridad permite ver que hay vida, que de algunas chimeneas de un puñado de casas sale humo. Y hasta advierten a algunos pequeños que, desde lejos, pasan con sus guardapolvos a una escuela. Es en el bosquecillo.
Bajan el chófer, mecánicos y el resto del equipo. Sus colores contrastan con el gris que impera. Y en la búsqueda de soluciones aparecen problemas ajenos que permiten ver qué hay otra realidad que se nos suele escapar del radar. Lo que parecía una prioridad estaba en otro plano.
El baqueano a caballo preguntando que necesitaban, el camionero que antes había ayudado paró nuevamente para saber si podía hacer algo. Y en la escuela, los pocos alumnos y sus maestras esperaban la llegada del personal de mantenimiento del sistema educativo, que probablemente iba a llegar muchas horas o días después que la grúa. Entonces manos a la obra. Las camperas naranjas rodeaban el gabinete dónde estaba esa bomba de agua para ser ellos ahora quienes en medio de tantas urgencias priorizaron lo importante.
La desazón de horas antes se transformó en felicidad por haber podido reparar esa bomba de agua y recibir a cambio inocentes sonrisas y agradecimientos de toda una comunidad educativa.
El colectivo sigue al costado de la ruta. Espera llegar a Santa Fé; pero el apuro por volver no se asemeja al de otras oportunidades. Algo había pasado… Puede que el destino haya alineado los acontecimientos. Pero es un hecho que nada es casual, esencialmente cuando nos desafía a comprender lo que significa la palabra solidaridad en su máximo esplendor.
Tal vez ninguna de las realidades de los protagonistas de esta historia cambien de manera rotunda. Tampoco estoy seguro si eso sería necesario. Era oportuno que suceda y afortunadamente sucedió. Para que, por algún momento, lo colectivo le tuerza la mano a lo individual, lo solidario a lo indiferente… Lo imaginario a lo real o viceversa.